El cristal de Duchamp
Carta nº3 /
1 de noviembre de 2021. Fuera llueve intensamente. Como todo en Sevilla, ciudad de polos opuestos, se lleva al extremo incluso el propio transcurso de las estaciones. Si hace unas semanas disfrutábamos de los últimos atisbos del verano en pleno octubre, este último fin de semana nos deja claramente palpable la llegada del otoño. Bendito otoño. Comienza una de mis épocas favoritas del año. Época de nostalgia, perfecta para pasear bajo la lluvia mientras suena Dooley Wilson con su versión de As time goes by y uno se cree protagonista de esa maravillosa escena de Begin Again. La música y sus perlas.
Padezco cierta atracción hacia la nostalgia. Quizás ésta sea comparable a la belleza de Lisboa. La nostalgia es semejante a esa belleza de la capital portuguesa, decadentemente hermosa, una belleza potenciada por el inevitable paso del tiempo. Es una manera de mirar al pasado con cierto romanticismo. Quizás para ayudarnos a aceptar algo que ya no se puede cambiar. El paso del tiempo inevitablemente visible en las fachadas de cada edificio que componen las ciudades que somos cada uno de nosotros. Una pared desconchada, una sombra proyectada que pasada una hora ya se ha ido…
Decía Duchamp acerca de una de sus obras titulada El gran vidrio que la obra de arte era el propio paso del tiempo. Se trataba de una pieza monumental de cristal, impoluto en su creación pero que con el transcurso del tiempo se vio claramente afectado en forma de roturas del propio material y suciedad. Esta obra me parece una perfecta metáfora de la vida del ser humano y nuestra relación con cada una de nuestras experiencias, por su carácter entrópico y ese componente de azar dentro de la composición de la propia obra como símbolo de aquello que no podemos controlar.
La entropía se define como la magnitud que mide el grado de desorden de un sistema. El caos. Planteado desde una perspectiva existencialista, interpreto este concepto como la parte de la vida que no está bajo nuestro control. Si bien creo que todo acto tiene una consecuencia (causa y efecto), considero también que existe un alto porcentaje de lo que nos ocurre sobre el que no tenemos capacidad de intervención. Simplemente sucede y no podemos luchar contra ello. En la obra de Duchamp, lo que completa la obra es la entropía. Paradójicamente, el artista francés decide que no va a tener control en absoluto sobre los elementos que van a completar la obra. Sólo va a limitarse a observar cómo la pieza evoluciona de manera constante y aleatoria. Me parece romántico y bello el concepto de la obra de Duchamp: el acto de la contemplación y la aceptación de lo que sucede independientemente de que se haya tenido control (o no) sobre lo sucedido, y me tranquiliza pensar que uno puede transitar por la vida de la misma manera. Al final, como ocurre en una obra de arte, la vida se trata de eso, de interpretaciones y perspectivas, y de lo que queramos ver dentro del lienzo en un determinado momento.
Me despido mientras en mi lista de reproducción suena casualmente No other way de Paolo Nutini. Quizás no exista otra manera de sobrevivir a nuestros propios fantasmas y laberintos del pasado sino a través del romanticismo propio de la nostalgia. Hacer arte del problema. Y mientras tanto sigamos contemplando la belleza de una rotura de cristal y una fachada afectada por el inevitable paso del tiempo.