El silencio de hopper
Carta nº5 /
Miércoles 3 de noviembre/
El filósofo danés Soren Kierkegaard defendía el retorno a la soledad como método contra la enfermedad moderna: el ruido mental. Sostenía que era la paciencia, la introspección y el recogimiento lo que permitía luchar contra el ruido incesante al que estamos sometidos desde fuera y también el ruido que surge desde nuestro interior. Creen silencio.
«Sólo desde la orientación del silencio hacia el interior puede lograrse una conversación cultivada y por tanto, establecerse una relación personal íntima»
Si existe alguien en la historia del arte que, bajo mi punto de vista, ha sabido proyectar el silencio y la soledad sobre un lienzo, ese ha sido Edward Hopper.
Gasolineras, casas victorianas en mitad de la nada, figuras solitarias en cines y teatros, la vida cotidiana americana vista a través de una ventana,…Se suele tratar la obra de Hopper como un retrato de los Estados Unidos en los años de posguerra. Se dice que sus obras marcaron la estética del país en la segunda mitad de siglo XX. El realismo americano.
En un país cuya economía crecía exponencialmente, también lo hacían patologías como la ansiedad o la depresión, quizás como respuesta a una aceleración deshumanizada del ritmo de vida, el exceso de consumismo, la ambición y la competitividad excesiva. Con su obra, Hopper utiliza el arte como una llamada a la acción. Una manera de hacer visible los problemas palpables en una parte de la sociedad principalmente materialista y desligada en su totalidad de la emoción. Un ejemplo de ello es una de sus obras más importantes ‘Nighthawks’ (1942), en la cual se presentan una serie de figuras solitarias en la barra de un bar de madrugada. Cada personaje de esta obra transmite una cierta melancolía. Las calles vacías, dos de las figuras dando la espalda al punto de vista del espectador dan a entender una atracción por la soledad en ese preciso momento. Esta pieza es un reflejo de la vida en la gran ciudad americana de la época y las consecuencias que suponía para el individuo.
Hopper estudió en la Escuela de Arte de Nueva York, donde pasó más de cinco años hasta que comenzó a trabajar en publicidad. Posteriormente viajó a París, donde se alimentó del arte europeo mediante las obras de Manet, Degas y Rembrandt. Estas referencias se perciben en el tratamiento de la luz y la figuración de los personajes que aparecen en sus obras.
Su influencia en el arte europeo, junto a su afición al cine construyen la obra que hoy conocemos de Hopper sumado al componente psicológico de sus obras. Se dice que el artista americano tenía un carácter introvertido y esquivo y que padecía cierta tendencia a la introspección y el aislamiento. Esta personalidad se percibe claramente en sus obras mediante una atractiva melancolía en el modo de presentar a sus personajes. Las figuras están dotadas de una cierta quietud hipnotizante. A menudo ubicaba a sus personajes a través de una ventana o mirando a través de ella, esperando a que algo sucediera. Es habitual en Hopper presentar a figuras solas en una escena. Figuras leyendo en una mesa de algún restaurante, en una butaca de un cine vacío, en una habitación mirando a través de una ventana.
Solía utilizar una iluminación basada en una paleta de color de tonos suaves y neutros. Este uso del color evoca esa melancolía comentada anteriormente. No obstante, la calidez de algunos tonos transmite silencio, una calma esperanzadora a pesar de la soledad de los protagonistas de sus obras. John Hollander, crítico de arte, sugiere en uno de sus ensayos sobre Hopper, que la luz representa el pensamiento humano en una cabeza humana. Si atendemos a esta observación, se entiende la luz como un elemento esencial en la obra de Hopper, donde los protagonistas se presentan siempre interactuando con las luces y las sombras del espacio donde se ubican. Es decir, interactuando con sus propios pensamientos: sus luces y sus sombras. Un ejemplo de esta interacción con la luz es Una mujer al sol (1961), donde se percibe claramente la importancia de la luz y la figura en la obra de Hopper. En esta obra se representa una mujer desnuda mirando hacia una ventana por la cual entra un rayo de luz. Una clara representación de la vulnerabilidad y la aceptación que forman parte la belleza de la obra de Hopper. Una persona desnuda, es decir, transparente, mostrándose tal y como es sin fachadas ni atrezzos. Posicionada frente a la ventana por donde entra la luz cálida de una nueva mañana. Un nuevo comienzo. Una nueva oportunidad para levantarse. Quizás es en esta pieza donde encuentro la más clara representación de la esperanza que encuentro en los espacios del artista americano.
Percibo cierta intimidad en la obra de hopper, en su pincelada, en el trato de la luz, en la gestualidad de los personajes que protagonizan sus escenas… Pese al discurso que mantenía en su obra, me transmite naturalidad en los personajes de estas escenas a través de una disposición en éstas que les hace parecer vulnerables, asequibles para el espectador. Mediante un gesto o el punto de vista en el que nos coloca Hopper, se logra alcanzar cierto nivel de intimidad con el personaje de la composición. Todos los personajes parecen haber atravesado una tormentosa época, quizás de duelo por la pérdida de alguien -este aspecto quizás varíe en función de quien observe la pieza-. Se muestran instalados en la tristeza y la nostalgia. No obstante, dentro de la tristeza y la melancolía que se le presupone a la obra de Hopper, encuentro unos niveles de belleza muy profundos.
Esta atracción por la nostalgia y la belleza que encuentro en la soledad son dos procesos emocionales con los que me encuentro frecuentemente, y los cuales consiguen captar mi atención lo suficiente como para que me pregunté qué se esconde debajo de este interés.
Quizás la respuesta a esta inquietud, el motivo por el cual el interés por la nostalgia y la soledad se mantiene intacto, se deba al tratamiento de estas dos emociones. En la obra de Hopper observo como los personajes, a través de la vulnerabilidad, se presentan de una manera natural. Hopper nos coloca en una posición respecto a la escena, en la que pareciera que nadie más ha visto el cuadro. Solo la pintura y el observador.